Malas mañas

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“Hay cosas a las que no me puedo acostumbrar. Por ejemplo, nunca adquirí el hábito de comer postre luego de las comidas. O sea, ¡Ya estoy llena! Tampoco me acostumbro a esos saludos efusivos y llenos de babas que algunas personas hacen, creyendo que con esa intensidad te demuestra cariño. Realmente odio esos abrazos y besuqueos. Creo que muchas de esas malas mañas las fui adquiriendo gracias a Horacio. Él siempre, pero siempre ha estado diciéndome cosas al oído. Y por supuesto, tengo que hacerle caso.

Horacio es especial, él no quiere a las personas. Es más, le molestan tanto que creo que las odia. Yo no soy tan así. La verdad que disfruto estar rodeada de personas, me fascina que me admiren.  No es fácil ser líder de un grupo si no te temen un poco, y en eso, soy la mejor. Debo admitir que me ayudó Horacio, solo un poco. Él siempre vivió en mi oído izquierdo, por eso a veces no escucho bien y parezco más altiva de lo que soy, lo cual no niego que me favorece en esta carrera por el control de la escuela. Yo, soy la dueña y nadie puede decir lo contrario. Literal. .

No tengo por qué dar explicaciones de por qué hago todo, y menos a ustedes, pero ya que me preguntan, necesito contarlo. La primaria no fue fácil para una niña como yo, era demasiado tímida y callada, me asustaban los demás niños. No teníamos plata en casa y se hacía lo que podía, las niñas ricas me discriminaban mucho por eso y me hacían sufrir. Desde negarme el saludo, sacarme la silla en el momento de sentarme para reírse luego de mi golpe en el suelo, mirarme con desprecio. Dicen que somos inocentes desde que nacemos hasta hacernos adultos, que no saben lo que hacen. Les aseguro que esas niñas desde jardín sabían lo que hacían y lo disfrutaban, se les notaba en la cara el odio que me tenían por ser pobre. Ahora, yo no sé quién les enseña a ser malas personas. Yo tengo mi escusa, y es totalmente válida, Horacio me incita a llevar las cosas a los extremos. Creo que odio todos los recuerdos de mi infancia en ese infierno que llaman escuela. No había día que no tuviera que esconder lágrimas ante mi mamá, ya no me quedaban mentiras que contar para encubrir mis dolores de estómago. Ese hombrecito en mi oído me ayudó a superar muchas de esas cosas.

La vocecita comenzó justo cuando me cambiaron de escuela. Nos mudamos a otro barrio, más lejos, con nuevas personas alrededor y nuevos compañeros de clase. Fue en el primer recreo, debía enfrentar ese bicho nuevo que tenía delante de mí que era hacer nuevos amigos. La voz en mi oído izquierdo me dijo: “ellos no te merecen”. Esa frase se quedó dando vueltas en mi cabeza, se anidó en ella en cuestión de minutos. Me aislé los primeros días del colegio, tratando de asimilar todo, incluida esa chispa en mi oreja. Pasaban los días y las frases se iban agudizando hasta volverse una molestia. Fue entonces que todo tuvo entidad. Se presentó como Horacio, demandando su lugar permanente en el canal auditivo de mi oído izquierdo. Solo él supo ayudarme a enfrentar cada situación, y de a poco ir dominando mis pensamientos y con ello, tomar el poder de la escuela primaria.

Ya para la secundaria era otra. Mi odio hacia la sociedad había crecido pero así también crecían mis malas acciones, que para mí era lo que debía hacer según me dictaba Horacio. Me convertí en la combinación perfecta entre ángel y demonio. Ningún adulto podía entender como algunas chicas se quejaban en dirección por mi culpa, “…pero si es un angelito, es inteligente, delicada, no pueden ser ciertas esas acusaciones señora Directora. Yo he visto como esas muchachas han maltratado a otras chicas, ellas son las culpables y no la pobre Alicia”. Y las sanciones caían en ellas.

Las reglas eran claras, o estaban de mi lado o eran mis enemigos. Si, con catorce años ya imponía mis condiciones. Cuando vuelvan a preguntarse ¿Cómo los niños pueden ser así? Señores, así nacen y se hacen y la sociedad apura el proceso.

Yo, marcaba a mis seguidoras. Tenían que hacerlo para declarar su fidelidad a mí. Tenía en mi dedo un anillo con una forma de H, lo calentaba al máximo con el encendedor, y les marcaba una de las orejas con ese símbolo. No le tenía miedo ni asco a las cosas que debía hacer, todo tenía su sentido en lo más profundo de mi oído. A veces me río sola de las cosas que hacía, si era algo personal, me hacía cargo yo sola. Pero si era una ofensa al grupo o a cuestiones que yo tenía como sagradas, íbamos en patota a enfrentar las agresiones. “¡Ay, si… un verdadero angelito”.

Bueno, voy a lo que querían escuchar. Esa tarde la mina me había sacado de quicio. Ya veníamos advirtiéndole que se callara o de lo contrario tendría que enfrentarse a mí. A ver… ¿quién era ella para andar hablando de lo que nosotras hacíamos? Eso atentaba contra mi orgullo y no podía demostrar ante mis discípulas que dejaba pasar una ofensa de ese tipo. Ella, que había estado a mi lado en las más terribles acciones, que habíamos ejecutado sus ideas. Horacio estaba más enojado que yo, y cuando se enoja, me deja sorda un buen tiempo, y peor cuando la rabia lo ahoga, escucho un zumbido penetrante que me da dolor de cabeza. Sí, me dolió hacerle pagar pero no podía hacer otra cosa. Y no me arrepiento. Eso les enseñó a las demás a no hablar a mis espaldas, a no venderme.

La agarramos entre cinco. Pero solo yo tenía el poder para hacerle pagar sus estupideces, no iba a dejarle a las demás ese papel. Ella había sido mi amiga y debía pagar por medio de mi mano. Por dentro, cada músculo me temblaba, aunque no me crean. Se me ahogaban las palabras en el estómago, pero mis ojos ardían de rabia y decepción. Creo que lo que más me dolió fue la traición. ¿Cómo pudo delatarme ante la dirección? Sabía lo que le iba a pasar, se lo buscó, juro que no quería hacerlo pero no podía dejarlo pasar. No le hagan caso a mis lágrimas, son de cocodrilo como me dijo el policía. En fin, dos de las chicas la agarraron fuerte de los brazos, otra le abrió la boca y yo le quemé la lengua con el anillo con el que marcaba mi poder. Así de simple empezó la venganza. Pero no fue suficiente para mí, el enojo me cegaba, ya no veía una amiga delante de mí, veía una rata, menos que eso… a un animal no le hubiera hecho tanto daño. Comencé a pegarle, cada vez más fuerte, recordaba con cada herida que le dejaba aquellas palabras de las niñas de jardín, la discriminación, recordaba la altivez con la que me hablaban y me alejaban de sus grupos. No dejaba de pensar en sus apodos ofensivos, los empujones en la galería, cómo me ignoraban para los cumpleaños. Volqué en ese acto toda la rabia que había acumulado en años, ¿por qué ella, mi amiga, por qué me había fallado?. Le pegué tan fuerte en la cara que se desmayó. Veía en el suelo un cuerpo morado e hinchado, y Horacio que me decía “—Terminá lo que empezaste—“.

Mandé a las demás lejos de la escena, quería quedarme sola. Me senté a su lado, le acaricié el cabello empapado en sangre, creo que algo le dije mientras agonizaba pero no recuerdo, solo recuerdo el calor del cigarrillo en cada bocanada. En algún momento tuve sentimientos de culpa, de asco, me sentí de nuevo pequeña y asustada. Laura exhalaba los últimos suspiros. Pero solo fue un breve momento, ahí estaba Horacio para hacerme levantar la cabeza, como siempre lo hizo desde que decidió vivir en mi oído izquierdo. Si yo quería poder, debía tomarlo como sea y debía mandar sobre mi corazón. No hay lugar para los débiles en esta sociedad, menos para una mujer. Llamé a la policía y me entregué. No sé por qué lo hice, pero sentí una enorme satisfacción al decir: Yo lo hice

Esté donde esté, mi leyenda los perseguirá, mi marca estará latiendo en cada oreja, y cuando quieran hablar de mí, van a  recordar antes, que yo seguiré teniendo el poder.”

Al terminar la declaración en el juicio, Alicia se miró en el espejito de mano que llevaba en su bolsillo, tocando suavemente el lóbulo de su oreja, con un guiño macabro sonrió al jurado. Delante de ella estaba Olga, la mamá de Laura, con el rostro desfigurado por el dolor de haber perdido a su pequeña, marcado por las lágrimas que no pudo contener ante la declaración de quién en algún momento, su hija llamó amiga.

Gabriela Chiapa

Cuento publicado en http://neotraba.com/malas-manas/?fbclid=IwAR0Q1GpbgsVujDn18iyrGbXWM8yew50z4ewGY2Wotrg1Y1oJpZCQfU_jGN4

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